5 de febrero de 2015

Beata ISABEL CANORI MORA. (1774-1825).

(it.: Elisabetta Canori Mora).
La que jura por Dios. Dios conoció. Dios es plenitud. Dios ha ayudado.

Martirologio Romano: En Roma, beata Isabel Canori Mora, madre de familia, que tras haber sufrido mucho tiempo, con caridad y paciencia, la infidelidad del marido, angustias económicas y la persecución de familiares, ofreció su vida a Dios por la conversión, salud, paz y santificación de los pecadores, y entró a formar parte de la Tercera Orden de la Santísima Trinidad.

Nació en Roma en el seno de una familia acomodada. Pasó su adolescencia en Cascia, educada por las agustinas. Después de una adolescencia religiosa, conoció a un abogado, Cristóbal Mora con el que se casó en 1796. A los pocos meses se dio cuenta de los infundados celos y las infidelidades del marido, pero a pesar de ello se esforzó por hacer feliz a su marido y le dio cuatro hijas, de las que dos murieron al poco tiempo de nacer. 
Las infidelidades continuaron, y también la fortuna de la familia se esfumó y cayeron en la pobreza más extrema. Isabel no desesperó, y después de una experiencia mística extraordinaria, intensificó su vida espiritual y se hizo Terciaria de la Orden Trinitaria en la iglesia de San Carlino de Roma. Una lectura religiosa la llevó a relacionar su propio dolor e incomprensión sufrida por Jesús. Un sacerdote le regaló una miniatura de Jesús Nazareno: “No te aflijas -le dijo-, yo haré de padre de tus hijas”. Desde ese momento su casa se transformó en un lugar de encuentro y de oración. Allí encontró valor y fortaleza. “Tenía una gran capacidad de persuadir, y cuantos entraba en contacto con ella, renacían a una vida nueva”. En los ambientes más populares de Roma la reconocían como “la santa”. Tuvo el don de profecía.
Dedicó su vida por la conversión de su marido, la paz, la santidad de la Iglesia y la conversión de todos los pecadores; educó a sus hijas y las invitó a amar a su padre; durante un tiempo sus cuñadas le apartaron de sus hijas porque la consideraron incapaz de educarlas. La dramática situación familiar no le impidió vivir la caridad cristiana, abrazando la pobreza como don, compartiendo todo lo que tenía y asistiendo a las familias en crisis. Murió en Roma, sin que su marido se convirtiera; pero su muerte logró su conversión que arrepentido de su vida se hizo terciario trinitario y en 1833 ingresó en los franciscanos conventuales donde fue ordenado sacerdote; muriendo santamente. 
Juan Pablo II la nombró protectora de la institución matrimonial y de los tradicionales “valores de la fidelidad, de la castidad, del sacrificio”. Fue beatificada junto al joven mártir Zaire Isidoro Bakanja, y a otra madre italiana santa, Juana Beretta Molla, por el Papa Juan Pablo II el 24 de abril de 1994, en el Año Mundial de la Familia.

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